Alejandro López Andrada,escritor.
Publicado en el Diario Córdoba el Domingo 21 de Febrero de 2010.
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Publicado en el Diario Córdoba el Domingo 21 de Febrero de 2010.
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Enredada y perdida en las gotas de la lluvia, la melancolía es música que vuelve esta tarde de invierno y se posa en mi interior con la docilidad de un frágil petirrojo aterido de frío. Yo le doy calor y, de repente, se inflama mi nostalgia con el eco lejano de un grupo musical que, hace ya cuatro décadas, sonaba en los veranos de mi pueblo natal interpretando melodías y hermosas canciones de una época feliz que alguien denominó la década prodigiosa. Eran los años del tardofranquismo y, en el bellísimo pueblo de Belmez, unos chavales muy jóvenes, casi niños, formaron un grupo moderno excepcional que interpretaba música del momento (canciones, entre otras, de Beatles, Brincos, o Bravos) con muchísimo estilo y un desparpajo apabullante. Ahora el frío y el baile de las gotas de la lluvia en la calle brumosa me arañan, me transportan, paradójicamente, a un verano de los 60. Me encuentro sentado en la terraza vespertina de la Ponderosa, el bar de Pascual Blasco, donde, por entonces, los jóvenes del pueblo tomaban gozosos los primeros cuba-libres y, a la vez, fumaban cigarros emboquillados que concedían un aire sicodélico a quienes los sostenían entre sus dedos con un ensayado aire de derrota o de dejadez plomiza, soñolienta.
Yo, en ese momento, verano del 68, ni siquiera soy joven: soy un niño de once años y mi mayor sueño, ahora, es ser mayor, para poder entrar por fin al baile que organiza Pascual, el dueño de la Ponderosa. Si me concentro y me hundo en ese instante, llego a oler claramente la fresa de mis dedos manchados de polo. Frente a mí, justo en la barra atestada de gente, los ojos de Gregorio (el inolvidable padre de Pascual y de José Luis) me miran chispeantes como si fueran dedos luminosos que, unos segundos, después, cuando yo intenté colarme en el baile, saldrán para atajar mi furtivo intento. Nada puedo hacer. Aún soy muy pequeño y me conformo con estar sentado en la silla, oyendo absorto las canciones que el grupo los Imperiales toca arriba, en el piso del bar. La música introduce en mi corazón su lengua transparente, y escucho con emoción la voz de Angel, el vocalista del grupo, interpretando un atractivo tema de Los Mustang. El ritmo que imprime a la batería Alejandro Montes, como un soplo de luna, se introduce por mi médula y la silla en que estoy sentado vibra lenta con la delicadeza de un pájaro en el aire. Me siento tan bien, tan a gusto en ese instante, instalado en esa burbuja de mi infancia, que, por un momento, me olvido de crecer y sólo me centro en la música feliz que los Imperiales desgranan mansamente, a unos pasos de mí, y que ahora es la melodía del grupo The Animal, La casa del sol naciente , y escucho asombrado los rasgueos maravillosos que desgrana Agustín, el guitarra solista del grupo. Y, de nuevo, la voz de Angel, y el embrujo de la batería celeste de Alejandro. E intento otra vez colarme entre la gente que abarrota el bar para subir al baile, pero, de nuevo, Gregorio me detiene. Pido otro polo de fresa y veo a Simón, que en ese preciso instante baja al bar acompañando a mi amigo José Luis Blasco. Simón, generoso conmigo, siempre amable, me invita a subir con él y con José Luis, y en ese segundo me siento casi un príncipe, un niño crecido, ya joven. Tiro el polo y subo al piso de arriba transformado, como si hubiera unas alas en mi interior, para ver de cerca tocar a los Imperiales.
Las canciones se van anudando una tras otra: Amiga mía , Los chicos con las chicas , Los ejes de mi carreta , Molino al viento - Junto a José Luis Blasco Chaves, a un paso del grupo, hilo mi carne a una hermosa melodía. Siento que soy música y que mi cuerpo es un manojo de notas y acordes que vuelan por el aire. Las parejas bailan, se mueven en torno a mí, pero yo no veo a nadie. Mis ojos son arpegios y mi corazón es la luz de una guitarra. Luego acaba el baile y, acompañado por Pascual, saludo a los músicos con muchísimo entusiasmo. José Luis se atreve a tocar la batería. Hace ya cuatro décadas de esto y, sin embargo, parece una imagen tan cálida y tan próxima.
El pasado año han vuelto a reunirse los Imperiales y Pascual Blasco Chaves ha prometido traerlos al pueblo. He hablado de esto con Alejandro, el batería, y me ha emocionado y sorprendido la ilusión de este hombre sencillo que aún siente la magia de la música y me ha hecho retroceder, tocar la noche en que estuve a unos pasos de una gran banda moderna que interpretaba canciones de los Mustang, canciones que dentro de mí se hacían palomas, pájaros de luz que aún siguen cosiendo mi nostalgia.
Yo, en ese momento, verano del 68, ni siquiera soy joven: soy un niño de once años y mi mayor sueño, ahora, es ser mayor, para poder entrar por fin al baile que organiza Pascual, el dueño de la Ponderosa. Si me concentro y me hundo en ese instante, llego a oler claramente la fresa de mis dedos manchados de polo. Frente a mí, justo en la barra atestada de gente, los ojos de Gregorio (el inolvidable padre de Pascual y de José Luis) me miran chispeantes como si fueran dedos luminosos que, unos segundos, después, cuando yo intenté colarme en el baile, saldrán para atajar mi furtivo intento. Nada puedo hacer. Aún soy muy pequeño y me conformo con estar sentado en la silla, oyendo absorto las canciones que el grupo los Imperiales toca arriba, en el piso del bar. La música introduce en mi corazón su lengua transparente, y escucho con emoción la voz de Angel, el vocalista del grupo, interpretando un atractivo tema de Los Mustang. El ritmo que imprime a la batería Alejandro Montes, como un soplo de luna, se introduce por mi médula y la silla en que estoy sentado vibra lenta con la delicadeza de un pájaro en el aire. Me siento tan bien, tan a gusto en ese instante, instalado en esa burbuja de mi infancia, que, por un momento, me olvido de crecer y sólo me centro en la música feliz que los Imperiales desgranan mansamente, a unos pasos de mí, y que ahora es la melodía del grupo The Animal, La casa del sol naciente , y escucho asombrado los rasgueos maravillosos que desgrana Agustín, el guitarra solista del grupo. Y, de nuevo, la voz de Angel, y el embrujo de la batería celeste de Alejandro. E intento otra vez colarme entre la gente que abarrota el bar para subir al baile, pero, de nuevo, Gregorio me detiene. Pido otro polo de fresa y veo a Simón, que en ese preciso instante baja al bar acompañando a mi amigo José Luis Blasco. Simón, generoso conmigo, siempre amable, me invita a subir con él y con José Luis, y en ese segundo me siento casi un príncipe, un niño crecido, ya joven. Tiro el polo y subo al piso de arriba transformado, como si hubiera unas alas en mi interior, para ver de cerca tocar a los Imperiales.
Las canciones se van anudando una tras otra: Amiga mía , Los chicos con las chicas , Los ejes de mi carreta , Molino al viento - Junto a José Luis Blasco Chaves, a un paso del grupo, hilo mi carne a una hermosa melodía. Siento que soy música y que mi cuerpo es un manojo de notas y acordes que vuelan por el aire. Las parejas bailan, se mueven en torno a mí, pero yo no veo a nadie. Mis ojos son arpegios y mi corazón es la luz de una guitarra. Luego acaba el baile y, acompañado por Pascual, saludo a los músicos con muchísimo entusiasmo. José Luis se atreve a tocar la batería. Hace ya cuatro décadas de esto y, sin embargo, parece una imagen tan cálida y tan próxima.
El pasado año han vuelto a reunirse los Imperiales y Pascual Blasco Chaves ha prometido traerlos al pueblo. He hablado de esto con Alejandro, el batería, y me ha emocionado y sorprendido la ilusión de este hombre sencillo que aún siente la magia de la música y me ha hecho retroceder, tocar la noche en que estuve a unos pasos de una gran banda moderna que interpretaba canciones de los Mustang, canciones que dentro de mí se hacían palomas, pájaros de luz que aún siguen cosiendo mi nostalgia.
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4 comentarios:
Larga vida a Los Imperiales y larga vida al Rock and Roll!!
Estos artistas al lao de esa chumbera con ese castillo detras,
que preciosidad , contrato fijo
para MIAMI ?QUE NO SE PIERDA NUNCA EL ROCK ,que arte chapeau, a los IMPERIALES Y AL FOTOGRAFO
El domingo pasado viendo a mi gente del carnaval en el bar Victoria, mi amigo Angel Gil. Cantante de ese Grupo Sensacional de la década de los sesenta, me dijo ¿Dani has visto el artículo de Alejadro López Andrada?, que nos hace de nuestra trayectoria, la verdad fui corriendo como hacía ya muchos años a correr a verlos actuar, de igual manera que lo hacía con los Veloces, me empapé el artículo con el corazón algo alterado por la alegrìa que me iba dando al leerlo, de verdad le agradezco profundamente ese detalle de Alejandro hacia mis amigos, ha sido un relato maravilloso y yo como belmezano te lo agradezco de todo corazón, siempre que leo algo referido a la gente de mi pueblo, me encanta, llamese fútbol u otros. Qué se puede decir de estos jóvenes belmezanos que a través de su música nos han dejado momentos irrepetibles, últimamente en esos conciertos de esa maravillosas LUNAS DE AGOSTO, este artículo debe abrir la línea, para que todos los belmezanos nos alegremos siempre de los éxitos de los nuestros, Alejandro Montes, Angel Gil, Agustín Miranda. Su hijo, Antonio Matías, Rafalin y ese entrañable q.e.p.d. RAFAEL MATÍAS, que nos dejó muy jóven, pero al que no hemos olvidado nunca, se merecen lo mejor y se merecen que alguien de vez en cuando se acuerden de ellos, porque yo su música nunca la olvidaré, esto lo puedo trasladar a cualquier persona belmezana que a través de su afición dejó patente la calidad en su exposición, cómo me voy a olvidar del toque de Antonio Cobos, y de las genialidades de Manolito, en la referencia al fútbol y cómo me voy a olvidar del sonido de esa batería de Alejandro,y como me voy a olvidar del toque especial y la garra en el escenario puesto en escena de CARLITOS. no quiero olvidarme, no quiero olvidarme, cómo tampoco se me olvida los lances de Tomàs Moreno, aquella tarde de la corrida de la muerte, con Gallito de Zafra y el asustado Fermín Vioque en aquella ocasión. Soy de Belmez, y me alegro por todos vosotros y siempre lo haré, ese será siempre mi mensaje. GRACIAS MÚSICOS, GRACIAS FUTBOLEROS Y GRACIAS TOREROS, BELMEZ SIEMPRE DEBE DE DEFENDER A SUS GENTES, SI LO DEFIENDES TE DEFIENDES TAMBIÉN A TI.
Daniel Solano Sújar
Vaya los Imperiales, que recuerdos, seguis todos muy guapos.
A ver si para los conciertos de Lunas de Agosto, pueden ir desde Huelva el grupo Esencias u Ocho
Vientos, son los dos muy buenos.
Pues mi hijo es el bateria de ambos.
Ocho Vientos ya tiene dos discos en el mercado.
En sus páginas web los vereis.
Me haría mucha ilusión, que mi hijo tocara en el pueblo de su madre, que él también conoce.
Un saludo desde Huelva.
Isabelita Barrera Sánchez
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